Cómo impacta la inteligencia artificial en nuestra percepción de la realidad digital

La inteligencia artificial ya no es una promesa de futuro. Hoy, sin que muchas veces lo notemos, está presente en buena parte de los contenidos que consumimos a diario: noticias, reseñas, publicaciones en redes sociales, incluso correos electrónicos que parecen escritos por personas pero no lo están. En ese nuevo ecosistema digital, donde humanos y máquinas producen mensajes casi indistinguibles, se vuelve cada vez más importante entender cómo impacta la IA en nuestra percepción de la realidad.
Porque no se trata solamente de si un contenido es “falso” o “verdadero”, sino de cómo influye en la construcción de sentido. Qué miradas prioriza, qué perspectivas invisibiliza, qué tipo de discurso reproduce y qué tipo de pensamiento desalienta. La tecnología no es neutral. Y mucho menos lo es el contenido que genera.
Quién dice qué, y con qué intención?
Tradicionalmente, uno podía reconocer cierta intención en un texto: una nota firmada, una opinión editorial, un ensayo personal. Hoy, con la proliferación de artículos generados por IA, esa frontera se vuelve difusa. ¿Estamos leyendo a una persona o a una máquina? ¿Alguien investigó lo que dice ese texto o simplemente lo reescribió un algoritmo?
Esa confusión puede parecer menor, pero tiene consecuencias. Por un lado, diluye la responsabilidad sobre lo que se publica. Y por otro, alimenta una sobreabundancia de información que muchas veces parece “correcta” pero no está basada en hechos contrastados ni en experiencia. Es contenido funcional, pero carente de contexto humano.
Ahí es donde entran en juego las herramientas de verificación. Hoy existen plataformas como detector de IA, que ayudan a identificar si un texto fue generado por inteligencia artificial. No es un juicio de valor, sino un recurso para tener más claridad sobre la procedencia del contenido que leemos o compartimos.
La web como un territorio en disputa
Con el avance de estas tecnologías, internet empieza a dividirse en dos grandes zonas: una, donde los textos son generados por IA, optimizados para buscadores y diseñados para volumen; y otra, más pequeña pero cada vez más valorada, donde los contenidos son pensados por personas, con estilo propio, profundidad y análisis.
Esta segmentación no es casual. Las grandes plataformas tienden a privilegiar lo rápido, lo masivo, lo que genera clics. Pero cada vez más usuarios comienzan a buscar el valor agregado: la voz humana detrás de un artículo, la mirada experta que explica un fenómeno, la experiencia personal que ilumina un dato frío.
En ese sentido, poder detectar cuándo un texto fue generado automáticamente y cuándo no, se convierte en una herramienta de lectura crítica. No para rechazar todo lo que hace la IA, sino para distinguir lo que aporta de lo que simplemente replica.
Educar la mirada en tiempos de automatización
Estamos en una etapa en la que aprender a leer también implica aprender a detectar. La lectura ya no es solo una actividad pasiva, sino un acto de interpretación activa. ¿Quién escribió esto? ¿Con qué fin? ¿Qué tono usa? ¿Qué repite, qué omite?
En el fondo, la inteligencia artificial no es ni buena ni mala. Depende del uso que se le dé. Pero como lectores, editores o simplemente usuarios digitales, necesitamos desarrollar herramientas para convivir con ella sin perder la brújula.
Y la brújula es la mirada humana: crítica, contextualizada, atenta. Esa que no se deja engañar por la fluidez de un párrafo bien armado si no está respaldado por conocimiento real. Esa que busca voces, no solo palabras.